miércoles, 7 de octubre de 2015

YANNEY



     Yaneey, vivía en un pueblo pequeño, con las casas antiguas y otras a punto de derrumbarse. La niña no iba a la escuela, tenía que trabajar severamente en los campos y recolectar trigo y otros cereales.
Su familia era muy pobre; su padre trabajaba en un lugar remoto, y muy pocas veces les llegaba el dinero que él les mandaba. La madre de Yaneey estaba enferma, pero tenía que cuidar de sus hijos pequeños que además eran gemelos, Malvin y Audra.
Así que la pequeña Yaneey, con sus onces años todos los días se iba a trabajar al campo. Todas las mañanas, se vestía con unos pantalones bombachos y con una camiseta de tirantes, y se iba descalza al campo, con una cesta de paja y su escaso almuerzo.
Yaneey, podría haber montado un pollo por tener que trabajar todos los días, como sus dos hermanos; pero ella tenía un corazón puro, y sabía que ese sería su destino, y no había nada más para remediarlo.
Para llegar al campo donde Yaneey trabajaba, había que atravesar por una pequeña casa en medio de la nada. La casa tenía las ventanas rotas y la puerta crujía al abrirla.
Yaneey, nunca se le habría pasado entrar allí ni loca, pero a su amigo Pedro sí. El niño tenía fama de ser valiente, pero Pedro y ella sabían perfectamente de  no lo era.
Una mañana, Pedro le dijo a Yaneey que si entraba con él a la casa. Pero ella se negó rotundamente, así que, el que entró fue él. Yaneey se fue al campo a trabajar y le dijo que le esperaría allí.
Pasaron las horas, y llegó el momento de irse a su casa. La niña pasó otra vez por la casita abandonada, y creyó ver la sombra de una niña ahorcada con un osito de peluche.
Yaneey sintió un miedo aterrador, quería correr hacia su casa pero sus piernas se lo impedían, estaba como hipnotizada. Sin saber muy bien de lo que hacía, abrió la pesada puerta, y se dispuso a subir lentamente las escaleras de madera que crujían al pisarlas. Entró en una habitación, con una cama y sobre ella una niña yacía inmóvil… De repente recobró la vida, tenía la cara ensangrentada y con las pupilas arrancadas… Yaneey sintió como si le arrancaran el corazón, y antes de que la niña le atravesara el corazón con un puñal, Yaneey preguntó:
-         ¿Por qué odias tanto? – Susurró mientras veía como su sangre manaba de una herida profunda y negra, manchando unas rosas blancas ahora rojas.
-         Porque una vez amé demasiado.








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