- Hubo hace mucho tiempo, un reino con todos
los colores alegres del mundo; todos, menos el color negro. Nadie conocía
semejante color, porque los habitantes de aquel lugar, siempre estaban felices
y alegres. Esto, se debía a los gobernantes de aquel reino. La reina Viana, y
el rey Gradic.
Ambos nacieron el mismo día, y a
la misma hora, pero ahí se acababa su igualdad. Viana nació sonriente, abriendo
ya su corazón al mundo. Sus ojos eran color cielo, y su pelo era anaranjado;
como el amanecer. En cambió, Gadric, nació algo confuso. Lloró mucho, y luego
se pasó el resto del día durmiendo con el ceño fruncido. Tenía una gran mata de
pelo color oro despeinada, y sus ojo eran grises y traviesos. Tuvo que dejar de
tontear con las doncellas, cuando conoció a la hermosa Viana.
De pequeños, escapaban de sus
castillos al anochecer, y siempre se contaban secretos. Reían y jugaban… Pero
pronto lo tuvieron que dejar de hacer, fue cuando los comprometieron con tan
solo 14 años de edad. Ahí, los dos fueron nombrados: Rey Gadric Noteslman y
Reina Viana Noteslman.
************
Cuando ambos cumplieron la edad
adecuada para tener un hijo, dio la casualidad, de que debido a una enfermedad;
Viana no podía tener relaciones con un hombre. Ellos querían tener uno, así que
debido a esa enfermedad, Gadric tuvo a un barón con una doncella. Le pusieron
de nombre Greedy.
Cuando la doncella dio a luz,
Gadric hizo como un engaño diciendo, que Viana al fin había tenido un hijo. La
reina se enfadó con él, pero no condenó a muerte a la doncella. Dijo que haría
que el pequeño Greedy fuese su hijo, a cambio de que el astuto rey desterrara a
la doncella. A si que, a si lo hicieron.
Pero aunque Greedy fuese hijo de
los reyes. Cada día Viana, paseaba por sus jardines, pidiendo que le concedieran un niño propio.
Un día, en sus paseos, oyó una
voz. Se giró y descubrió una persona encapuchada, con voz dulce que le decía.
-
Mi señora, he escuchado sus lamentos ¿Qué quiere que le
otorgue?
-
Desesperadamente quiero dar a luz a un hijo, pero una
enfermedad me lo impide.
-
Yo le podría dar uno. Sería una niña, pero de un color
que desconoce todo vuestro reino. Es el color negro. El de la noche, y cuando
las pesadillas salen de los sueños…- La persona encapuchada susurró cada
palabra. Y de repente desapareció con una pequeña brisa… que entonaba una
canción:
Una princesa negra caminaba
sigilosa por tu mirada,
tú le querías decir algo
mientras ella se lamentaba
Cómo la querías
Cómo la adorabas
Y en tu lecho ella susurraba
Que te quería
Que te admiraba
Que lloraría
Si no la amabas
La reina Viana se quedó escuchando aquellas dulces palabras.
Se preguntó si sería verdad, lo que le había dicho aquella persona.
Algo confundida, regresó a su inmenso castillo. Subió cada
peldaño de la gran escalera, y los contó como de costumbre. Viana iba en busca,
de su adorable Greedy, y como todos los días, le encontró con su nodriza; en el
salón dorado…
************
Era fiesta en el gran reino
¡Trompetas, tambores, violines y una gran orquesta, anunciaban el nacimiento de
la pequeña princesa: Judynn!
La reina recostaba en su lecho,
fatigada. Su hija era de un color muy oscuro, y tenía los ojos de aquel color:
negro. Nació tranquila, pero no sonrió; solo miraba a los lados, y no se
mostraba alegre por haber nacido.
El rey Gadric, aún no había
visitado a la pequeña. Pero cuando la vio, tuvo una cólera terrible. Mandó que
por ser de aquel horrible color, la mataran sin que quedase nada de aquella
niña.
La reina, lloró mucho. Y volvió a
pasear por los jardines, suplicando a el cielo que no matasen a su hija. Una
vez más, una silueta encapuchada volvió a encontrarse con la reina.
- Oh, ayudadme, le hija que me
concedisteis, morirá en manos de mi horrible marido.
- Calmaos majestad. Yo le
concederé vivir a la niña, pero yo siempre hago las cosas a cambio de otras.
Disfrutad de ella, y llevadla a una torrecita
situada justo en medio del bosque. Nunca la encontrarán. Pero la noche que la
princesa cumpla 11 años desaparecerá para siempre. Me la llevaré, y nunca la
volverás a ver. Esa es mi condición majestad.
- ¿Si os la llevaseis con 11 años
moriría?
- ¿Quién sabe? Ya lo decidirá el
tiempo…- La persona encapuchada volvió a desaparecer.
Y a sí es, como cada día, Viana
escapaba al bosque, para visitar a su hija. Judynn, era muy guapa, tenía el
pelo largo y ondulado, que caía graciosamente sobre sus hombros; los ojos de la
niña, eran absolutamente hermosos, grandes y negros; que siempre tenían aquel
brillo de picardía.
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Cuando la princesa cumplió los 10
años, aprovechó que su madre no estaba y escapó de aquella hermosa torrecita.
Como nunca había andado por el
bosque, sus delicadas y suaves piernas se arañaban con las ramas. “Estó es una
auténtica aventura”- pensaba Judynn. También pensó que estaba siendo muy
descarada, al desobedecer a su medre. De repente, sus pensamientos se vieron
interrumpidos, chocó con un muchacho. Con el pelo color bronce, y unos ojos
inquietos, que la miraban. Judynn miró al muchacho 2 veces, y echo a correr.
Este fue tras ella, y le alcanzó en unos pocos pasos.
- Mi madre me ha hablado de este
color de piel. Es el negro, yo tuve una hermanita de ese color. Pero el bruto
de mi padre la mató. Me llamo Greedy.- Judynn miró aquel muchacho.
- Yo Judynn.
- Vaya, no os gusta mucho
hablar. Pues has de saber que yo soy el príncipe de este reino.- Prosiguió
parloteando Greedy.
- Que interesante ¿Y por eso te
crees superior a mí? ¿Quién lo iba a decir? Me fugo un día de mi casa y me
encuentro a un príncipe, nada menos que de Mosaico.- Dijo Judynn sarcástica. La
amabilidad con personas desconocidas nunca habían sido su fuerte.
- Bueno tranquilizaos Juddin. No
me creo superior a vos, y además vuestro color me parece fascinante.
- Bueno mi querido Greedy, espero
que te alegre saber que me tengo que ir a mi casa.- Dijo esta andando si tan
siquiera despedirse.
- Pero…¿ Nos volveremos a ver?
- Supongo.- Judynn se fue
corriendo, y entro en la torrecita, antes de que su madre lo hiciera.
Cuando Viana regresó, encontró a
la princesa en su cama, leyendo un libro.
- Hola Judynn
- Hola ¿Podría salir mañana de
aquí? Me refiero… ir al pueblo como tú, o…- Judynn se paró a pensar.- Bueno… no
sé. Pero salir de aquí.- Viana miro a su hija, y se sentó en una silla cansada.
- No Judynn. Tu labor está aquí,
en esta torre.- Viana suspiró.- No lo entiendes. – Judynn se quedó mirando a su
madre. Tenía tantas preguntas acerca de por qué vivía allí, que ni siquiera
sabía por dónde empezar. Pero como siempre, no contestó. Esperó toda la tarde
hasta que su madre se fuera. Viana bordaba, y ella veía la tele, o se asomaba
por la pequeña ventana de la torrecita.
- Me tengo que ir ¿Te las
apañarás sola?
- Te diga lo que te diga, te vas
a ir igualmente.
- Judynn, no empieces por ese camino.
- Adiós. Me las apañaré sola.
- Gracias, hija. Adiós, mañana
volveré.- Viana salió de la torre, cansada y triste. Andaba por el bosque
ágilmente, sin hacer ningún ruido. Cuando Judynn perdió de vista a su madre,
bajo de la torre sigilosa. Pero antes de pisar el suelo, una voz la reprendió.
- Hola. Vuestra madre, se parece
mucho a la mía.- Saltó Greedy.
- Mira que casualidad. No me
atosigues, ya que me has espiado todo el rato.
- Pero, ella no puede ser mi
madre, porque ahora, la reina estaría en sus aposentos.- Dijo él, manteniéndose
en sus trece.
- ¿Y tú no?
- Me han dejado cazar.
- Pues me alegro. Si me
disculpas…- Dijo Juddin apartándolo.
- ¿Dónde vais?
- Lejos, lejos de aquí. Nadie me
encontrará, ni si quiera tú.
- ¿Y si os sigo?
- No lo harás, tienes que volver
a tu casa.
- Castillo- Corrigió él.
- Márchate de una vez. Me
incordias, me voy.- Judynn echó a andar, algo enfadada. Greedey la siguió.
Anduvieron unos cuántos metros, cuando la niña, se paró frenéticamente.
- ¿Por qué me sigues? Vete al
infierno, seguramente te echarán de menos en tu castillo.
- No, no lo harán.
- ¿Y eso?
- Porque no. No se nota mi
presencia, estoy olvidado, y siempre castigado. Quisiera ser como vos. Libre.
- Te has escapado. No te conviene
seguirme.
- Vos también lo habéis hecho…-
Los dos niños, siguieron hablando. Rato seguido, Judynn dejó que el pequeño
príncipe la siguiera.
La noche, era abierta, y la luna
brillaba alumbrándoles. Las aguas de un arrollo, se oían a lo lejos, y estas
cantaban… una canción de una princesa negra:
Una princesa negra caminaba
sigilosa por tu mirada,
tú le querías decir algo
mientras ella se lamentaba
Cómo la querías
Cómo la adorabas
Y en tu lecho ella susurraba
Que te quería
Que te admiraba
Que lloraría
Si no la amabas
Ninguno de los dos la escuchó.
Pero una sombra encapuchada, ágil y esbelta, si la oyó. Esta sonrió para sus
adentros, y desapareció con el viento que hizo volar algunas hojas caídas.
Me alegra ver que vuelves con tus historias Carmen. No nos dejes mucho tiempo con la intriga. ELENA PROFE
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