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Ellos se amaban. Juntos, todas las tardes iban a recoger espigas al campo. Pero
si los días eran lluviosos, se quedaban en su casita de piedra. Miraban por la
ventana, y esperaban.
Pero
si los días eran soleados, iban juntitos por el camino escarpado, y sin
zapatos. Con los pies desnudos, y con la cesta cosida por ella sobre sus
hombros. Las espigas, las cogían con cariño, y cuando tenían las cestas llenas,
iban al río, cansaditos a beber agua. Luego, volvían otra vez, a su casa de
piedra y esperaban.
Un
día, ella se puso enferma, y se quedo en su lecho a esperar a su amado. Él
estaba muy triste, pues su corazón estaba cansado, sin ella a su lado. Varios
días después, ella enfermó más y más, y él la llevó a un médico especializado.
El médico les dijo que el corazón de ella no funcionaba bien, y que si seguía
con aquel corazón marchitado, fallecería sin su amado. Ellos querían morir
juntos, pues no se imaginaban su vida sin el otro a su lado. Pero él quería
tanto a su amada, que decidió darle su corazón. Cuando el murió, ella visitaba
su tumba todas las mañanas, y dejó de ir por el caminito escarpado. Hasta
cuando su pelo se volvió grisáceo, ella seguía yendo a visitar a su amado.
Una
fría tarde de noviembre, encontraron a ella echadita sobre la tumba, con los
ojos cerrados, y con la mano sobre su pecho. A ella la enterraron junto a él, y
cuando la gente se fue de aquel lugar, ambas tumbas se resquebrajaron, y de
ellas salieron dos hermosas mariposas. Ahora ellos vivirían y se amarían para
siempre.
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